I
“Ve mijo, ¿y qué es de la vida de tu amigo?, el mechudito este…”, preguntó la vieja desde la cocina.
- “Ernesto madre, el mechudo se llama Ernesto, y pues andará bien, hace algún tiempo no hablamos”.
“¿Ese muchacho como que al fin se terminó perdiendo no?, eso era de esperarse, con esa música que escucha ese montón de tatuajes y esas compañías; qué lástima por la mamá, ella que es tan buena gente y mira cómo le salió el hijo. Imagínate que un día estaba hablando con el padre Emilianito de él, y definitivamente ya es caso perdido, lleva muchos años sin ir a la iglesia y muchos más sin confesar sus pecados, que, por cierto, no deben ser poquitos.”
- “Sí mamá”, respondió el hijo un poco distraído, “Tú sabes que él siempre ha sido como raro, cómo loco…y desde que empezó a estudiar esa carrera ha sido peor, yo no sé por qué la gente escoge esas carreras que no dan plata, gastarse la vida leyendo para no salir de pobres”
“¡Ay sí mijo!, eso sí es verdad, pero bueno, cada loco con su tema, igual lo importante es no caer en los errores de los demás y llevar una vida sin pecados”
- “Así es vieja, cada loco con su tema”, dijo el hijo mientras pensaba lo buen médico, abogado o ingeniero que hubiera sido si dios no lo hubiera castigado haciéndolo perder los semestres que terminaron por hacerlo retirar de las tres universidades por las que pasó. Pablo siguió pensando hasta que un intempestivo y hasta molesto chillido quejoso proveniente de lo más profundo de las entrañas de un niño lo regresó a la realidad, dejando, inexorablemente, de lamentarse por el pasado para suspirar y acordarse de que las preocupaciones estaban estrechamente ligadas con su futuro.
II
“Ve mijo, ¿y qué más del muchacho este amigo tuyo que tuvo el bebé hace poquito?", preguntó la vieja dirigiendo su mirada por encima del libro de Gibran que sostenía en sus manos.
- “Ah vieja, pues ahí está, buscando trabajo, tú sabes que la situación laboral está complicada y las carreras a medias no sirven de nada”, respondió el hijo mientras alistaba sus cosas para salir de la casa.
“¿Y cómo está haciendo para sostener al niño?”
- “Pues doña Martha es la que le da todo mientras Pablo consigue trabajo”
“Pero es que ya lleva bastantico sin trabajar, ¿no?”
- “Demás que sí vieja, de todas formas tú sabes que yo no he tenido tiempo para hablar con él…cada vez son más cosas que hacer y menos tiempo”, respondió Ernesto con una extraña sonrisa que, por increíble que parezca, denotaba más seriedad que una circular roja de la interpol.
“Ve Ernesto, y hablando de todo un poco, ¿hasta dónde piensas tú dejarte crecer ese cabello?”, inquirió doña Cecilia dejando su libro para estirar la mano y tocar la enredada melena de su hijo, “pareces enfermo ya con ese pelo así”
-"Vieja, hasta donde crezca…igual todo está en la cabeza, ¿de qué serviría un hijo presentable pero flojo de corazón y mente?", disparó el muchacho mirando a su madre a los ojos.
Un largo silencio reinó en la habitación, la madre, con una sonrisa de resignación que en el fondo escondía un gran orgullo, clavó los ojos nuevamente en su libro mientras el muchacho salía de la casa cruzando en su torso una mochila desgastada.
III
“Pablo parcero, ¿bien o no?”
- “Bien Ernesto, en la lucha. ¿Tú por qué tan perdido?”
“Ay parce, mucho que hacer y cada vez menos tiempo, ¿para dónde vas?”
“Para el gimnasio a ver si tiro hierritos un rato, ¿y tú?", preguntó Pablo con una sonrisa socarrona, deberías ir conmigo, estás como flaco”
- “Nooooooo mijo, tú sabes que eso no es para mí” respondió Ernesto con un gesto redondo en la boca que parecía no terminar jamás, "así que sigo mi camino porque voy tarde a un encuentro de cuenteros".
La ceja levantada de Pablo en señal de incomprensión marcó el fin de la conversación y el reinicio del andar de ambos muchachos.
“¡Cuenteros!, verdad que este man sí se monta en unos patines!, en vez de ponerse a hacer pesas para ver si sale de esa llevadera en la que anda” pensó Pablo mientras se persignaba.
- “¡Gimnasio!" repitió Ernesto mirando al horizonte con un toque de burla en su expresión mientras pensaba al tiempo que le daba un apretón a “el hombre mediocre”, libro de José Ingenieros que siempre lo acompañaba: “definitivamente vivimos en el lugar que nos merecemos, o cómo más puede funcionar un país donde bíceps y tríceps importan más que cerebro y corazón”.
ARGOS